¿Creer es saber?

Segundo Premio CERTAMEN DE RELATO BREVE ENHEBRA GUADIX 2019.

       Guadix no fue mi cuna, pero allí viví durante gran parte de mi vida. Mi nombre es Ibrahim Algerbí. Una cueva me cobijaba, de esas que son frescas en verano y templadas en invierno. A un lado de la entrada crecía, retorcido y soleado, un Árbol del Paraíso con sus hojas de color verde por encima y plateadas por debajo, este árbol era mi alegría cuando al final de la primavera se vestía con sus flores amarillas, algodonosas, inundando mi aposento con su suave olor.

       Cerca había un granado, del que comía sus frutos en invierno, y al lado tenía un huertecillo en donde cultivaba manzanilla, tomillo, cantueso y otras hierbas medicinales y aromáticas que utilizaba para preparar las pócimas que regalaba a mis vecinos y así aliviaban las heridas, los catarros o dolores de reuma; en la época de las peras las recogía de una cañada y en el otoño cosechaba membrillos.

       Nací en la isla de Djerba, en el Mediterráneo, frente a la costa africana, allí tuve como maestro a un santón derviche venido del Oriente; lo primero que aprendí con él fue la humildad, debía pedir dinero, pero no para mí sino para entregárselo a los pobres. Desde entonces hice voto de pobreza, viví con lo mínimo dedicando toda mi vida a ejercitar mi alma para la perfección.

       Mis días discurrieron orando, meditando sobre la existencia y sobre Alá, ¡alabado sea! A veces, los vecinos venían a pedirme consejo sobre algún problema y cómo resolverlo, yo al acostarme me encomendaba al Grande, para que me revelase la solución. Como solía dar respuestas acertadas, gracias a mi Señor, la gente me tenía bastante respeto.

       Así llegué a la senectud, aunque me sentía con fuerzas, quizás porque no había pasado grandes enfermedades ni tenido vicios. Estaba delgado, llena de arrugas mi piel morena y la barba cana, nunca me había preocupado de mi aspecto físico, siempre pendiente de mi alma, protegido por Alá.

       Hubo un tiempo en el que vino desde Granada a instalarse en la alcazaba Fátima, esposa de Muley Hacen, junto con su hijo Boabdil. El hijo había estado preso en una de las torres de la Alhambra por orden de su padre y la madre se sentía en la obligación de protegerle, pues tenía miedo de que Boabdil fuese asesinado por orden de su propio padre; aquí pasó un tiempo distendido, cazaba con galgos y azores, escribía poesías y disfrutaba en los jardines de su nueva morada. Fátima también vivía descansada pues la vida en la Alhambra se le hacía muy difícil ya que había sido relegada a un segundo plano por la esclava y favorita Isabel de Solís, con la que Muley había tenido hijos que podían alejar al suyo del trono en beneficio de los hijos de la esclava.

       Mientras estuvieron en Guadix, yo fui llamado a su casa muchas veces pues se interesaban por conocer su futuro; me invitaban a comer, se leían poesías y se interpretaba música; la comida era buena, aunque yo con unas verduras tenía suficiente para mantenerme.

       Un día se volvieron a Granada y por aquí se comentaba que Boabdil era el nuevo visir pues había arrebatado el poder a su padre, por lo que se había declarado una guerra entre Boabdil y Muley Hacen; a este último le apoyaba su hermano El Zagal.

       Puede que fuera por el año 1487 de los herejes, cuando conocí al Zagal que pasó unos días en Guadix. Me comentó que los cristianos estaban sitiando la ciudad de Málaga pues querían apoderarse de su puerto para que no pudiesen entrar por él mercancías o ayuda desde África para los granadinos. Los propios reyes cristianos estaban en un campamento cercano. El asedio ya duraba tres meses, el hambre y las enfermedades empezaban a hacer mella entre la población y nadie se rendía, ni sitiadores ni sitiados. Una noche, preocupado, me dispuse a dormir encomendando mi alma al Bendito, pensando en el trance tan desgraciado que estaban pasando mis hermanos en la Fe.

       Al despertarme recordé el sueño, el Maestro Infalible me ordenaba entrar en el campamento cristiano y matar a la pareja real. La operación requería hacer un largo viaje a través de Sierra Nevada para llegar hasta Málaga. Cuando lo anuncié a mis vecinos hubo un gran alborozo y, aunque el camino era tortuoso, la gente se entusiasmó y más de cuatrocientos hombres se unieron a mí.

       Después de andar varios días con gran dificultad por lugares altos y quebrados, llegamos a un otero desde donde se divisaba la ciudad y su puerto. Pudimos contemplar el gran número de tropas que la estaban cercando por tierra y barcos por mar. La ciudad estaba rodeada por una muralla y desde la Alcazaba se podía llegar al castillo de Gibralfaro por una coracha de doble muralla, la defendían un sinfín de guerreros malagueños y africanos, pero los cristianos tenían bombardas que disparaban unos proyectiles de piedra e, incluso, disponían de un cañón cargado de pólvora.

       También aprecié que los herejes estaban en campo abierto, sin trincheras ni murallas y consideré que lo mejor sería meterse de lleno y a gran velocidad entre las tiendas de los sitiadores para sorprenderles.

       Una vez anochecido, los cuatrocientos que me acompañaban atravesaron el campamento y, mientras unos murieron, algunos lograron entrar en la ciudad. Con el desconcierto, yo entré y me coloqué encima de una piedra e hice que meditaba hasta que los soldados me vieron y detuvieron. Me llevaron a una tienda lujosa en donde debía estar uno de los principales jefes del ejército, Marqués de Cádiz le llamaban, a este le dije que yo era un derviche con dotes adivinatorias y era preciso y muy importante que hablase con los reyes pues yo podía decirles cuándo iba a terminar la contienda.

       Mientras el marqués me conducía a la tienda de los reyes, yo sentía que ese era el camino que me dirigía al Paraíso, sin duda la buena acción que iba a realizar sería recompensada por Alá, el Justo.

       Al entrar, adiviné que era la tienda de los reyes. Sus telas brillantes, sedas y terciopelos como algunos que vi en Djerba cuando venían caravanas de comerciantes desde el lejano Oriente. Estaban los reyes Isabel y Fernando, les hice una ostentosa reverencia y al agacharme saqué la cimitarra que llevaba escondida bajo las ropas y a él le descargué un tajo que lo dejé muerto, después fui hacia ella y le propiné varios golpes en la cabeza. Supe que los dos estaban muertos, había conseguido mi objetivo y seguramente salvado a los míos.

       Sentí como un hierro ardiente que penetraba en mi pecho y no pude sostenerme en pie, el Eterno vino a recibirme.

       Ibrahim Algerbí creyó estar en presencia de los Reyes, pero no supo que fue recibido por la Marquesa de Moya y don Álvaro de Portugal, que no llegaron a morir, los miembros de su escolta acabaron con la vida del derviche que fue catapultado al interior de las murallas; sus restos fueron recibidos y venerados por los malagueños.

       La ciudad de Málaga se rindió el 13 de agosto de 1487.