El cerebro de las mujeres en el siglo XVIII
Segundo Premio XX CERTAMEN LITERARIO «VILLA DE MEDELLÍN» (ESPAÑA) 2023
Diez días habían pasado desde que los hombres y el ganado dejaron los pastos de las montañas palentinas. El verano se despidió, las nieves pronto caerían y los pastores, dejando atrás las montañas, los bosques y las laderas se dirigían al sur en busca de un clima más templado y yerba fresca.
Las mujeres se hacían compañía unas a otras y comenzaba su período más duro, siempre solas. Madres, hijas y nietas se veían obligadas a cavar la tierra dura y helada para enterrar a los abuelos. No podrían compartir con sus hombres la alegría de los nacimientos que se producirían en la próxima primavera. Y volverían a pasar otras Navidades separados.
Eulalia oyó dos golpes en la puerta de su casa.
—¡Eulalia!, ¿estás en casa? —preguntó Ermelinda desde fuera.
—¡Pasa! No te quedes ahí, mujer, que está nevando. Estoy en la cocina poniendo el perol con las alubias sobre la trébede.
—Me ha dicho la Gervasia que tienes un aparato que señala el lugar de la cañada por donde andan nuestros maridos y las ovejas en cada momento, —afirmó la recién llegada—. ¡Ay, a mí me da miedo eso de que se pueda saber en qué lugar están las personas que no vemos! Para mí que esas son cosas del diablo.
—¡Qué no mujer!, que me lo trajo mi hijo Jesús. Ya sabes que él es tan listo que se codea con lo mejorcito del clero y de los nobles. Resulta que el año pasado acompañó a un señor cardenal a Venecia y allí le enseñaron un dibujo de España con todos los pueblos y él, como sabe de todo, lo copió y me lo ha regalado.
—¡Ay, qué pena que tu hijo se haya hecho cura! Con lo bueno que habría sido que se casara con alguna de mis hijas. Bueno, Dios no lo ha querido, —se lamentó— ¿y dices que fue a Venecia y eso, por qué sitio cae? —añadió.
—Pues por donde viven el Papa y los cardenales, allí por Roma digo yo, será como un barrio romano, —contestó Eulalia—. Voy a enseñarte el dibujo que lo explica todo sobre nuestro país. Espera que le eche un ojo al perol y le añada un poco de agua fría. Tengo el mapa aquí, en el vasar. Siéntate, que ahora lo traigo y te lo explico, —agregó mientras se dirigía a cogerlo—. Verás, Ermelinda: cuando nuestros hombres se van por esos caminos de Dios, y no sabemos nada de ellos en cinco o seis meses, andamos siempre intranquilas. Así que he pensado que lo mejor es conocer por dónde andan. Como no sabemos leer, me he aprendido de memoria todo lo que me ha contado mi Jesús —comenzó a explicarle Eulalia con el mapa extendido sobre la mesa—. Esta raya verde que ha pintado es la cañada de La Mesta. El espacio por dónde va el ganado para trasladarse, en septiembre, desde los campos de verano a los de invierno. Utilizan el mismo camino para retornar de nuevo aquí en los meses de marzo y abril, a nuestras casas, a nuestros pastos de la sierra. Creo que avanzan de cuatro a seis leguas cada día.
—¡Qué me cuentas! Pero si esta línea es muy estrecha, por aquí no pueden caminar. —Se extrañó Ermelinda.
—Aunque aquí aparece como una línea estrecha porque esto es un papel, en realidad, en el campo, es muy amplia —continuó Eulalia—. Mide unas noventa varas castellanas y otros caminos más estrechos llegan a medir cuarenta y cinco varas. Las calzadas y los cordeles pasan entre los campos cultivados, atraviesan eriales, praderas comunales por donde las ovejas pueden discurrir sin prohibiciones, es como un gran pastizal, pero alargado. Por ahí van comiendo y engordando cuando van a esas tierras del sur y, a la vuelta, pariendo en las parideras a los corderos, y creciéndoles la fina lana de nuestras ovejas merinas.
»Mira, estos caminos son muy antiguos. Me dijo mi hijo que hace mil años ya pasaban con el ganado unos hombres que se llamaban visigodos y, que hace setecientos años, apacentaban las ovejas los benimerines, unos que vinieron del África cuando aquí estaban los musulmanes. ¡Fíjate si son primitivos estos caminos!
—¡Ay, Eulalia qué bien hablas, da gusto oír cómo te expresas! —exclamó la vecina, apretando su mano con entusiasmo— Sigue, sigue…
—Bueno, no es para tanto, algo me se habrá pegado de mi hijo, que tiene muchos estudios. Mira, Ermelinda, aquí, en esta esquina de arriba a la derecha, estos números dicen que este dibujo o, mejor dicho, este mapa, lo hizo el cosmógrafo Coronelli en 1691. Así que han pasado noventa años porque estamos en 1781.
—¿Quién es ese Cosmogranelli o como se diga?
—Ermelinda, es Co ro ne lli y es un sabio que sabe dibujar la tierra con todos sus pueblos, montañas y ríos.
—Pero aquí yo no veo a nuestros hombres ni a sus ovejas, ni las mulas con la impedimenta, —rezongó de nuevo la vecina.
—¡Ten paciencia, mujer! Ahora te explico… Nuestros hombres y el ganado salen del pueblo a finales de septiembre o primeros de octubre, depende de cómo pinte el tiempo. Al principio de la raya verde hay unas letras, pone Saldaña. Un poquito más arriba está Guardo, nuestro pueblo, con sus casas de piedra, pero como es muy pequeño no lo han dibujado.
—¿Pero ahora tú sabes leer? —Se quedó con la boca abierta Ermelinda.
—¡Qué no! Que ya te he dicho que me lo he aprendido de memoria, que me lo explicó mi Jesús. —Volvió a repetir Eulalia, y siguió—: luego, la raya verde baja por esta otra raya negra, que es nuestro río Carrión, con las riberas llenas de árboles muy viejos, robles, hayas y abedules como gigantes que parecen querer subir al cielo. El río, bajando cuestas, cubiertas de fresnos sus orillas, los lleva por Saldaña, Calzadilla y Carrión de los Condes. Cuando llegan a Carrión ya llevan dos días andando nuestros hombres. Siguen hacia Palencia y son dos días más. Total, han pasado cuatro jornadas. Así que cuatro días después ya sabes que nuestros pastores, zagales, perros y ganado están en Palencia. Todo es fácil, se cuentan los días y se miran los pueblos en el mapa y ya se sabe dónde están.
—Mira Eulalia, esto a ti te parecerá fácil, pero yo no sé si sabría calcularlo, a mí me sacas de mi ganchillo y me pierdo.
—No pasa nada, mujer, como todas las tardes las mujeres del pueblo nos juntamos para hilar, yo os iré contando cada día por qué caminos andan. Fíjate, después de Palencia siguen hacia abajo, que se dice sur, y en otros tres días llegan a Boecillo, al lado de Valladolid. Así que, en una semana, están en este pueblo. Allí existen unos rediles para las ovejas, en donde esperan para cruzar un puente que hay sobre el río Duero, que es ancho y profundo por lo que hay que tener mucho cuidado para que las ovejas pasen por el puente y no se ahoguen.
—Malhadado Duero. De eso sí que me acuerdo —la interrumpió Ermelinda—. Cruzando el Duero es en donde ocurrió la terrible desgracia de la familia de la Gervasia. Ya te acuerdas… el marido, persiguiendo una oveja que se había caído al agua, se ahogó y también uno de sus hijos que trató de ayudar al padre. La bribona de la oveja logró cruzar. ¡Vaya puta suerte tuvo esa familia!
—Sí, es lo peor que puede pasar, morir trabajando para dar de comer a la familia. Pero, ahora, sigamos con lo nuestro: una vez que todo el rebaño está al otro lado, además de disponer de abundante agua, los campos se llenan de encinas, pinos y tomillo. Así sigue la calzada, primero llana y luego empinándose hasta llegar a las tierras frías de Ávila. Hasta aquí han pasado en total diez días.
Saliendo de esta ciudad comienza un camino de gran subida y páramos desabrigados, para subir al puerto de Arrebatacapas -lo llaman así porque corren unos vientos tan fuertes que te pueden arrancar la ropa de abrigo-. Han tardado en llegar dos jornadas más, luego llevan doce días.
» Después, la cañada principia a bajar. Muchas mañanas son grises y, cuando el sol rompe la niebla, se contemplan en las laderas inclinadas los viñedos que se calientan al tibio sol.
» Andando entre encinas y pastizales, después de dormir al descampado en plena sierra, se acercan a Cebreros, en donde hacen acopio de vino para lo que les queda de camino. Nuestros pastores llevan ya catorce días caminando, ahora entre grandes encinas y pastos.
Ermelinda la miraba embobada, mientras la escuchaba.
—Así siguen su camino hacia el río Alberche, lo cruzan, pasan El Tiemblo y, un poco más al sur, se encuentran con la Venta de los Toros de Guisando, donde dicen que, hace cerca de trescientos años, la reina Isabel I de Castilla fue jurada heredera por su hermano. Mucho más antiguo es el gran monumento a nuestros pastores y ganaderos que se encuentra allí: unos toros de piedra que llaman verracos, aunque otros dicen que son cerdos. Sin duda esos animales de piedra demuestran que nuestros antepasados más primitivos se dedicaban a la ganadería como nuestros maridos, como todos nosotros.
—Ay Eulalia, me recuerdas al cura, dando uno de sus sermones en día de fiesta. ¡Cómo lo explicas de bien! No sabía yo nada de este arte que tienes.
—Pues mira, no he oído a mi hijo dar sermones, pero algo debe de haber en mi familia. Yo lo veo fácil, no hay nada como proponerte una cosa y hacer todo lo posible por conseguirlo. Yo me dije «hay que coger al toro por los cuernos» y creo que me lo aprendí casi todo. Pero voy a lo que iba, fíjate bien, vamos por aquí: —le indicó señalando un punto del mapa con el dedo— los pastores siguen bajando por la cañada que se ensancha hacia las tierras de Mejorada, que dicen que son de los campos más bellos que hay en la meseta, con abundante pasto y agua. Luego, llegando a lugares más templados para acercarse al río Tajo, dejan atrás Talavera la Reyna y siguen a Puente del Arzobispo, para cruzar el ancho río. Bajan a Talavera la Vieja y nuestros hombres han hecho cuatro jornadas más, lo que hace un total de dieciocho días.
» Y mira qué cosas, por este camino, que señalan aquí como fácil, fue donde mi Serapio se tropezó con una piedra, enterrada en el camino, que sobresalía, y se rompió una pierna. ¡Ay! tuvieron que llevarle en parihuelas y, cuando volvió a casa en la primavera siguiente, venía ya cojo de por vida —suspiró con tristeza—.
—¡No vayas a gimotear ahora, mujer, que tu Serapio parece que anda muy bien de salud!
—Sí, ya lo sé, Ermelinda, pero nosotras sufrimos tanto cuando están lejos y no tenemos noticia de ellos… Bueno, pues por la orilla izquierda del Tajo caminan todos hacia el lugar por donde se oculta el sol, el poniente. Luego, aunque al sur el camino es más llano, tardan en llegar a Trujillo seis días, así que imagínate, hombres y animales están ya muy cansados. Total, que cuando han pasado veinticuatro días ya sabemos que algunos de nuestros pastores se quedan en esa zona. Desde los pastizales dicen que la ciudad va subiendo por un cerro, hasta su castillo que queda en lo más alto. Otros de nuestros pastores siguen hacia el sur con su ganado.
» Nuestros hombres aseguran que en sus campos la encina es la reina de tantos árboles como hay. Bajo ellas, además de los pastos, crecen las jaras, las retamas, el cantueso y los lentiscos. Luego, parecido a la encina, pero en terrenos más húmedos, se da un árbol llamado alcornoque, de cuya corteza sacan el corcho. Entre ellos crecen los madroños y, debajo de ellos, los brezos. Me contó Serapio, entusiasmado, que los conejos y las liebres corren bajo los labiérnagos y entre los mirtos y los durillos. El saltarín sisón canta entre las hierbas del campo, mientras vuelan los abejarucos de colores rojo, amarillo y verdoso, que no cesan de cantar su pi-pi-pi-pruut. Muchos de estos árboles y aves no los conocemos aquí. Sí que he visto una flor que ya está seca, que trajo mi marido el año pasado. Se llama serapia y la tengo en la mesilla guardada para mirarla cuando me entra la tristeza.
»¡Perdóname, Ermelinda! Te estaba describiendo lo que dice el mapa y me he distraído, así que, voy a lo que voy: los pastores llegan a mediados o finales de octubre. En esas tierras pasan el invierno, y a finales de marzo, o primeros de abril, contamos al revés y sabemos que a primeros de mayo los tenemos aquí con nuestra riqueza: las ovejas que, cuando faltan monedas nos sirven para el trueque. Por eso hay que procurar aumentar la cabaña, cuantas más tengamos, menos pobres seremos. Sin embargo, corren malos tiempos y parece que el número de ovejas va disminuyendo. Hemos pasado unos años de mucho frío y lluvia y los pastos casi no cuajaban en verano por lo que los animales no tenían apenas qué comer.
Eulalia se sirvió un poco de agua de la cántara, tenía la garganta seca, pero los ojos húmedos.
—De esos otros pastores que siguen hacia el sur, van camino de La Serena y durante el recorrido los animales van limpiando y abonando los campos. Hasta llegar a pueblos que llaman Medellín, Don Benito, Campanario, Palacio del Rey, Villa de la Reyna, campos más cálidos, pero con algo menos de arbolado. —Volvió a beber, y continuó—: Me explicó mi Serapio, que es de los que se quedan en Medellín, que, para llegar a las dehesas, tienen que cruzar el río Guadiana, que lleva mucha agua, o el Hortiga. Eso de atravesar los ríos me da miedo, pero me dice que lo pasan por unos puentes.
El puente de los Austrias sobre el Guadiana dice que es muy grande, de piedra y muy firme. El otro, el del Hortiga, es el que está camino del pueblo de Don Benito. Lo mandó construir el presidente de La Mesta y dijo que lo hiciesen de la misma firmeza y cantería que el otro, pues los de madera se los lleva el río muchas veces. A este puente lo llaman de Matarratas.
—¡Vaya nombre que le han puesto! —exclamó, riéndose, Ermelinda.
—Porque está al lado de un molino que se llama así y fue propiedad de los padres de un gran conquistador, de esos que fueron a las Américas. Me parece que se llamaba Hernán Cortés.
—¡Pues sí que sabes cosas, hija!
—Dice mi Jesús que parezco una enciclopedia, que si hubiese nacido en la Corte podría haber estudiado como los hombres, pero no fue así. Yo sólo creo que tengo buena memoria. —Después de un pequeño silencio, continuó— Insiste Serapio en que hay unas dehesas muy grandes que llaman de invernada y las arriendan de un año para otro. En el verano las dejan descansar para que en otoño y en invierno ofrezcan buenos pastos. Por encima, vuelan las águilas imperiales en busca de presas. También planean las cigüeñas negras, el buitre negro y el ave toro.
» Presume de que en Medellín tienen de todo, desde un teatro romano, unas murallas de los musulmanes y, en lo alto de un cerro, un castillo muy antiguo, hasta varias iglesias. Él ha ido al pueblo a verlo todo y a comprar cuando necesita algo. ¡Ay, ahora estará por allí, y yo sin poder verle!
—¡No te pongas triste! —la animó—, tú levanta la cabeza y no arrugues los ojos que tú eres siempre la que nos andas animando. ¡Y ve a darle una vuelta a las alubias, a ver si con tanta charla se te van a quemar!